Chanel ha conseguido que el Gran Palais se lanzase a las calles (metafóricamente hablando) para reivindicar los derechos de la mujer. Karl Lagerfeld se encargó de que toda su colección transmitiera un mensaje claro plasmado en cada detalle: bolsos y brazaletes lanzaban al mundo mensajes como “Make fashion, not war” o “Ladies first”.
Sin embargo, ha sido el desfile
en sí el que más revuelo ha provocado: sobre la pasarela, todas las modelos han
aparecido en una manifestación multitudinaria portando pancartas con palabras
tan reivindicativas como “History is her story” “Women’s Rights are More than
Alright”, “We Can Match the Machos” and “Boys Should Get Pregnant Too?”. Estos eslóganes
se contextualizan en un panorama social actual que lucha por la igualdad de la
mujer, desde las pretensiones de Femen o de las Pussy Riot, al demoledor
discurso de Emma Watson en la ONU. Pero el punto de todo es, ¿qué estaba
intentando decir Karl con estos mensajes?
La polémica desde luego, está
servida. Teniendo en cuenta sus declaraciones, no se puede decir que el Lagerfeld
sea precisamente una persona feminista. Cabe recordar que el director creativo
de Chanel ha llegado a soltar perlas de la talla “la gente prefiere ver modelos
delgadas”, “Está gorda,
pero tiene una cara preciosa y una voz divina” hablando de la cantante Adèle, o
“son momias gordas comiendo bolsas de patatas fritas delante de la televisión
las que dicen que las modelos delgadas son feas”. Teniendo en cuenta estas
frases, se podría decir que la reivindicación de Lagerfeld pasa más por
defender un perfil (y una talla) específica de mujer, cuando en realidad el
feminismo (a partir de su tercera ola) proclama los derechos para todo tipo de
mujer, sin ningún tipo de distinción.
Pero es una de las declaraciones de Lagerfeld la que más chirría en todo esto. En una entrevista que le hizo Harper’s Bazaar en 2009, en la que debía ponerse en la cabeza de Coco Chanel para responder a las preguntas, declaró que “Chanel no era lo suficientemente fea como para ser feminista”. ¿Cómo puede ser que degrade el feminismo y cinco años después lo convierta en protagonista de su colección? Es también importante reseñar que uno de los carteles del desfile rezaba “Feminista, pero femenina”, una visión que deja claro la postura de Lagerfeld: el feminismo por norma general no puede ser femenino.
Esta actitud difiere completamente de su
predecesora. En la obra Writing Urbanism: A design reader, se explica que en el
cosmos de Coco Chanel “era inconcebible que feminidad y feminismo pudieses ser
considerados conceptos diferentes. Quería vestir a una mujer que pudiese entrar
en igualdad de condiciones”. Es decir, independientemente de que Coco
contribuyese a liberar a la mujer o no, tenía una intencionalidad detrás de la
ropa que no se manifestaba con carteles, sino haciendo sentir a la mujer lo
suficientemente segura de sí misma como para verse en igualdad ante el hombre.
En su obra Feminism, Feminity and Popular Culture,
Joanne Hollows recoge que la segunda ola de feminismo, que criticaba la moda
como un sistema que esclaviza a la mujer, rechazaba la feminidad. Sin embargo,
también explica que existen corrientes actuales que abrazan la moda y la
belleza como una herramienta de resistencia, por lo que podría decirse que sí,
feminismo y feminidad son dos términos perfectamente compatibles.
En esta línea, el
mensaje de Lagerfeld queda muy difuso por dar una visión muy oportunista y
particular del feminismo. ¿Es quizás una visión errónea? En cualquier caso, y
aunque no se le puede tratar precisamente de no conocer a Coco Chanel, es una visión que no se corresponde con la
propia postura de su creadora. Pero he ahí el quid de la cuestión: para Karl
Lagerfeld el respeto no es creativo: “Chanel es una institución, y tienes que tratar
a una institución como una prostituta para obtener algo de ella”. Karl dice que
Coco Chanel era una paradoja en sí, y manifestaciones como este desfile
demuestran que él mismo también lo es. Y aunque el problema radica en que no
habría que tomarse este desfile demasiado en serio por las propias
contradicciones que existen en él, contribuye a confundir un concepto cada vez
más difuso (y probablemente equivocado) del discurso feminista.